por Jonathan Quantip

11 abr 2013

Irawanaimö, Epöpa Merü... explorando La Sabana

 No tengo claro cuando se desarrollo en mi esta hambre incesante por la aventura. Desde muy pequeño tuve afición por los vehiculos 4x4, pero no podria definir en que momento esa afición se transformo en ansias inclementes por internarme en la selva, por dormir lo mas lejos posible de la cotidianidad y el ruido. Esas ganas de ser despertado por el alba sin saber exactamente que vas a encontrar al abrir la cremallera de la carpa.


Lo cierto es que cuando esa necesidad se hace asfixiante se convierte en una fuerza indetenible,
inaguantable

Fue asi como esta vez hizo su llamado la Gran Sabana, por encima de las cornetas, los motores y el lamento gutural de la ciudad. Un llamado que no fue aplacado por ninguno de los inconvenientes cruzados en el camino y que hubiesen sido suficientes para detener a cualquiera.

Nos trazamos como meta llegar a sitios un tanto mas convencionales que en viajes anteriores, pero desconocidos para nosotros. El hecho de no haber podido viajar en nuestros Jeeps por no estar físicamente al 100% nos limitaba. Aun asi habia bastante por recorrer.





Las 6 horas de carretera hasta Puerto Ordaz pasaron en un suspiro. El resto hasta Sierra Lema paso desapercibido. La Gran Sabana vibrante se asomo pronto en los parabrisas


Llegamos directo al salto Sakaika, que ya habíamos visitado anteriormente pero era ideal para relajarnos de tanto estres citadino y a la vez, descansar de la carretera que al fin y al cabo siempre resta energía.


No podíamos, ni queríamos, ocultar la inmensa alegría que nos daba el haber llegado a esa tierra encantada habiendo hecho a un lado los obstáculos







Decidimos pasar 2 noches en el Sakaika, uno de nuestros lugares favoritos en ese tramo del parque. Momento propicio para las bicicletas, un privilegio que no pude disfrutar esta vez, pero que ansío hacerlo cuanto antes




Un denso colchón de nubes mantenía la temperatura muy baja. Aun así, nada nos impidió disfrutar de toda la energía del Salto Sakaika.

Luego podríamos decir que comenzó el verdadero propósito de la visita, conocer lugares nuevos. El rumbo lo fijamos hacia  Karuay, el punto mas lejano de la carretera que tambien lleva al Aponwao y a Kavanayen. Una carretera larga, irregular que en sus primeros kms no pareciera ofrecer mas que el medio para llegar a lugares increíbles, pero que a medida que se avanza sobre ella se convierte en si misma en el espectáculo.

La primera sorpresa fue la que nos dio el Sororopan Tepuy, tambien conocido como la "india acostada", gracias a una leyenda Pemon en la que un antiguo piache muy poderoso habría  descubierto a su esposa, Sororopachi engañandolo con el dios del agua. Sororopachi y su amante lograron escapar por el río, pero luego fue sorprendida en Mantopai, consiguiendo la muerte. Su cadáver quedo tendido eternamente formando así el Sororopan Tepuy





Poco mas alla de Kavanayen, detras del Sororopan se asoma el Ptari Tepuy, llamado así por sus formas rectas que asemejan el budare con el que los pemones cuecen el casabe. Un tepuy de paredes verticales, rodeado por una selva que pareciera ser infranqueable. Una geometría que se alza al cielo con prepotencia, alardeando de su inmensidad.



La carretera continua, flanqueando los dos enormes gigantes milenarios. Un camino rocoso, escarpado, extenso, marcado con una alto contraste entre el verde arborescente terrestre y el azul cósmico de la bóveda celestial



Una extensa e intrincada pendiente en descenso marca la llegada a Karuay, un lugar que ya evidencia la enorme oleada turística en temporada alta, pero que a pesar de ello, por la sencillez y calidez de sus habitantes, persiste con una gran autenticidad. Karuay, nombre del río que da vida a todo lo que ahí se encuentra, proviene de un arbusto de baja altura que crece copiosamente en los alrededores del Sororopan


La comunidad indígena de Karuay, con tan solo poco mas de un centenar de habitantes no posee un solo vehículo, ni una motocicleta. La única forma de trasladarse de los indígenas de Karuay, aparte de sus extremidades es una bicicleta; y por supuesto, las curiaras, las cuales fabrican artesanalmente, de la misma forma que lo han hecho desde hace cientos de años, pero inútiles como medio de transporte efectivo porque el río posee enormes caídas de agua que lo segmentan. 6 horas a pie separan la comunidad de Karuay de Kavanayen, su contacto mas cercano con otros seres humanos. De resto, una jungla extensa y tramada envuelve la apacible comunidad de Karuay. No poseen energía eléctrica, ni siquiera una planta. No la necesitan. A nuestra llegada nos recibió con un jubilo notorio Gerardo. Descalzo, sonriente, ingenuo, íntegro. Desde la primera palabra cruzada supimos que íbamos a entablar una gran amistad, porque quizás esos rasgos intrínsecos a los verdaderos venezolanos se manifestaron en ambas partes.

El Salto Karuay ruge a lo lejos, su clamor nos llega entre el follaje de la selva. Un sendero zigzagueante lleva poco a poco a la fuente del estrépito. En un vértice entre el cielo, la selva y la roca se descubre el Salto Karuay, formando un arco de agua que cae sobre la roja roca desnuda. Luego una enorme piscina de agua cristalina que invita al disfrute. Después continua el río su andar, como si nada hubiese ocurrido. Debajo del salto un asiento natural que pareciera ser diseñado para poder contemplar desde ahí la energía que se desprende en la pugna entre el agua y la roca. El salto Karuay sorprende, amenaza. El río se deja caer entre rocas angulares. El suelo resbaladizo le agrega dificultad a la tarea de llegar a la base, pero una vez en ella todo se olvida. Toda la potencia ancestral de la Gran Sabana hace contacto con uno y viceversa.






El camino de regreso, inmerso en la espesura, produce una sensación similar a la que se experimenta al despertar de un sueño, poco a poco vas saliendo de el, y a la vez que eso sucede, mas irreal pareciera haber sido lo soñado.

Llegando el ocaso, compartimos la cena con Gerardo y Tyson, uno de sus hijos. Unos nachos con chili, guacamole y queso amarillo. Seguramente una comida muy poco habitual para ellos, acostumbrados a la comida de cacería y al casabe de yuca amarga. 









Al día siguiente la meta era llegar al Salto El Hueso (Epopa Meru), al cual Gerardo y su hermano nos llevarían en su curiara. Nos llevamos una gran sorpresa al recibir de parte de Tyson una inusual piña muy distinta a la que consumimos de manera comercial. El hijo de Gerardo nos había mandado este delicioso y dulcísimo fruto como agradecimiento por la cena del día anterior. Un gesto que nos conmovió a todos. 

Leo decidió llegar al Salto en bicicleta, Gerardo sirvió de guia, con la única bicicleta en toda la comunidad, la cual maneja habilidosamente.

Iniciamos el recorrido por el río. Un viaje de aproximadamente 45 minutos a lo largo de un río de estáticas aguas, que reflejan cual espejo las formas que hacen las nubes en el cielo. La quietud del río solo es alterada por el paso de la curiara y alguno que otro martín pescador buscando su alimento. De la nada nos sorprende un torrencial aguacero, que no logra detener el avance hacia El Hueso. La destreza de los indígenas al mando de las curiaras es innegable, así como el conocimiento del lecho del río y los obstáculos que se encuentran escondidos bajo el espejo liquido. Las tonalidades combinadas entre verde y marrón a ratos hacen ver al cuerpo de agua como si estuviese hecho de jade o de esmeraldas. Por momentos la vegetación se cierra, formando un túnel vegetal por el que se desliza la curiara sigilosamente.





La llegada al puerto improvisado no deja de ser irreal. Atamos la curiara en un tronco y saltamos sobre una roca. Nuestro guía nos advierte que detallemos bien el lugar donde nos encontrábamos. 4 agujeros ubicados estratégicamente por la naturaleza simulan una huella de un felino gigante. Podría ser eso, o que realmente un felino gigante en tiempos remotos poso su pata enorme sobre la piedra camino al Salto El Hueso, buscando refrescarse. Cualquiera de las teorías resulta quimérica en este mundo maravilloso.

Una breve caminata y arribamos al salto. Desde arriba el espejo liquido pareciera fundirse entre las piedras, para precipitarse entre ellas hacia la base. Rocas redondas, muy diferentes a las que vimos en Karuay. Abajo el río se escurre entre grandes rocas dispuestas de forma laberíntica. Ninguna roca es filosa, todas han cedido sus aristas al paso continuo del agua por miles y miles de años. El rió toma un color ámbar. Un bote y una curiara del otro lado del Salto sugieren que la travesía podría continuar mas allá, hacia otro salto monumental. No sera en esta ocasión, lamentablemente.






Exploramos y disfrutamos el Salto El Hueso, todo lo que la lluvia permitió. Al momento del retorno no experimentamos esa tristeza que produce abandonar un lugar semejante, solo porque el viaje en curiara es tan grandioso como el lugar en si. Una experiencia de la cual se disfruta cada segundo, cada detalle.






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De regreso en Karuay levantamos el campamento, porque nuestro recorrido por La Sabana debía continuar. No sin antes agradecerles a esas estupendas personas que hicieron de nuestra estadía en el lugar unos días inolvidables. Partimos con un buen sabor en la boca. Ese que queda cuando no solo pasa un momento agradable en un lugar, sino que también te deja aprendizajes y vivencias que modifican tu conducta por el resto de tu vida. Partimos dejando una promesa a nuestros nuevos amigos. Promesa que honraremos cuando Dios lo permita

Retomamos la carretera flanqueada por tepuyes, rodeada de los arbustos que dieron nombre al salto angular, rodeados de tempestades y aguaceros. Desde ahí veíamos como casi la totalidad de la Sabana cedía ante la lluvia.


Llegamos a Kavanayen y no podíamos dejar de capturar las fotos de rigor. La misión, fundada hace 70 años por misioneros capuchinos a mi modo de ver tiene el merito de haber sido artífice de la comunidad mas organizada de toda La Sabana. Recibe su nombre gracias a un ave, el Kavanaru o Gallito de Sierra.




Al día siguiente fuimos nuevamente al Aponwao. Es una maldad estar cerca del salto mas grande del extremo oriental del Parque Nacional Canaima y no visitarlo, mucho menos si hay alguien en el grupo que no lo conoce. 
Para los que ya lo conocemos y no nos convence mucho el carácter turístico que ha adquirido, el remedio es sin duda alguna, darse un baño en el huracán de agua que se forma en su base. Un vendaval de energía que se dispara hacia el cielo, desafiando las leyes mas elementales. Lo mas cercano a volar que puede estar un ser humano sin despegar los pies de la tierra











Con un itinerario un tanto incierto, terminamos durmiendo ese día en la playita del Yuruani. Agradecimos un campamento menos selvático que los anteriores, además, despertar y hundir  los pies en arena caliente no tuvo precio

Ese día fue un regalo de sol. Estábamos en la playa. Una playa de agua dulce y cristalina. El sol brillo de forma inclemente esa mañana, dándole calor a nuestros cuerpos maltratados por tanto invierno. Esas horas las disfrutamos a plenitud, sin saber que serian las únicas que íbamos a tener con buen tiempo en lo que nos quedaba en el parque.















Se acercaban los carnavales. Intuíamos la llegada de una marea de turistas, algo que nunca ha sido de nuestro agrado. Decidimos ir a Santa Elena, La Linea y luego buscar el siguiente destino.




Debo confesar que un placer culposo al venir a La Gran Sabana es llegar a la línea, y gran parte de esa afición se debe a nuestra adicción por el guaraná, esa bebida gaseosa, mezcla de manzanita con kolita que nos gusta con locura y solo se consigue ahi. Ademas, después de tantos días de camping meter los pies debajo de la mesa en las churrasquerias del pueblo fronterizo es un verdadero deleite.

Esta vez la visita a la linea no fue lo mismo. No mostraba esa actividad comercial tan agitada que habíamos visto en tiempos pasados. Al cancelar los primeros artículos que compramos entendimos por que. Los costos se habían disparado significativamente, por supuesto, por el alza en la cotización de las divisas. Compramos menos de un cuarto que la vez pasada, pagamos el doble o el triple.


Esa noche dormimos en la excelente posada de nuestro amigo Sergio, Venezuela Explorer. Bajo el techo de palma de las churuatas disfrazadas de habitación de hotel y viceversa. En una cama caliente y mullida.



Pasamos casi todo el día siguiente en Santa Elena, reabasteciendonos de gasolina, comida, hielo y demás cosas necesarias para el campamento. Sin un rumbo bien definido, entramos nuevamente al parque, buscando una carretera a la cual no pudimos entrar porque estaba restringida. Terminamos llegando de noche a un lugar al que tampoco pensábamos visitar, mucho menos usarlo para acampar. Velo de La Novia. 

El campamento un tanto incomodo por las características del terreno, pero al amanecer bajamos al salto y fue perfecto. La temperatura del agua agradable, la poza cristalina, el lugar solitario. Ya había comenzado la temporada carnestolenda y se avizoraba la llegada de temporadistas. Nuestro principal objetivo era evitar cualquier contacto con turistas. No queríamos escuchar música ajena, no queríamos ver basura ajena, no queríamos compartir campamento con nadie. Se convirtió en casi una obsesión.

Saliendo de Velo de la novia, después de haber desayunado, llegaron dos camionetas... por poco!


Fijamos nuestro rumbo al Salto La Milagrosa, desconocido para nosotros, pero habíamos visto bastante en la web al respecto. Rodamos mas de una hora por una carretera onírica, llena de intensos contrastes. En el camino nos indicaron que no íbamos a poder llegar, porque una chalana que se requiere para cruzar un río considerable no estaba trabajando. Continuamos para verlo con nuestros propios ojos. Ademas la carretera lo ameritaba. Efectivamente, por mas que buscamos el río resulto siendo infranqueable. Enormes bancos de arena invitaban a montar un campamento, pero la maleza alrededor lo hacia imposible.




Esporádicamente veiamos latas de cerveza al borde de la trilla. Nos llamaba poderosamente la atención, debido a que esa carretera no es usada por los turistas. Al cabo de un rato entendimos el por que. Un campamento minero era el principal destino de todas esas trillas. Los mineros, a pesar de ser pemones como los que nos recibieron en Karuay, carecen de respeto hacia sus tierras y hacia la naturaleza. Se hace evidente con el deterioro que causan en el suelo, que nunca mas se regenera, y también en el rastro de latas de cerveza que van dejando a lo largo de su traslado por la Sabana.



Decidimos regresar a la Troncal, y buscar otra entrada que habíamos encontrado en los GPS y que conectaba con el Salto La Milagrosa, pero del otro lado del rio. La idea era alocada, pero nos aseguraba dormir aislados, lo que mas queríamos.

Curiosamente la entrada estaba en el lado opuesto de la Troncal donde iniciamos la travesía pasada, la ruta a Millenium y la Sierra del Sol. Vimos con nostalgia el portón, extrañando nuestros poderosos Cjs, tentados por los encantos del lugar. No era el momento. 

Avanzamos por un lugar conocido como Kanayeuta. Para nuestra sorpresa dimos con lo que denominamos como "el secreto mejor guardado de Santa Elena de Uairen" un descomunal basurero a cielo abierto. Mas adelante razonare en detalle al respecto, por ahora prosigo con la historia, así como proseguimos con el recorrido.

La trilla bien marcada hasta encontrar el basurero. De ahí en adelante un tanto mas angosta, pero bien definida. Un paso de río demarcado con unas estacas. Latas de cerveza esporádicamente esparcidas al borde de la carretera nos daban una pista de lo que sucedia.




Drásticamente la trilla desapareció a nuestros pies. El GPS indicaba que estábamos en el camino, pero el mismo se desvanecía, quedando solo una leve sombra. Concluimos que la trilla no había sido utilizada en años. Nos pareció inclusive positivo continuar, porque a diferencia de lo que posiblemente haría otro grupo, nosotros íbamos a continuar buscando la carretera, respetando su curso. Nunca abriendo un sendero nuevo
Así hicimos. Por instantes el paso se tornaba muy tecnico. Con mucha mesura y conocimiento de los vehículos franqueamos todos los obstáculos. 
Salimos de la parte complicada y vimos que en nuestro único track que indicaba el GPS, se le habían adosado al menos 3 trillas mas que no estaban en el mapa. Entendimos que estábamos siguiendo una trocha antigua que estaba en desuso. Pero lo que siguió luego nos desconcertó




Un laberinto de trillas, caminos, senderos se entretejían a medida que avanzabamos. Invertimos horas tratando de descifrar el enredo. Pasamos uno o dos obstáculos considerables y llegamos a un punto en el que había una casa atravesada en lo que el GPS decía que era el camino a seguir. Mineros, por supuesto. Nos comentan que por ahí no es y nos "sugieren"que busquemos otra ruta. Dimos vueltas hasta que estuvo muy cerca el ocaso. Recorrimos casi todo el laberinto y concluimos que la casa la habían hecho sobre el único paso, al menos en ese sector, hacia La Milagrosa. Entendimos también quienes hacían en ese sector los caminos nuevos, quienes arrojaban la basura. Decidimos dormir esa noche en una loma cercana, para buscar otro destino al día siguiente. La Milagrosa quedaría pendiente.



El día invertido en esa aventura no estuvo del todo mal. El baño en Velo de La Novia fue energizante, saciamos nuestra sed de 4x4 en esa trilla extraviada. Los Paisajes eran indescriptibles, y el campamento en la loma fue muy agradable. Lo mejor de todo, estábamos completamente solos en carnavales!

Necesariamente tuvimos de regreso que pasar por el basurero de Santa Elena. Ya ha sido objeto de protestas de los habitantes de Kanayeuta, pero como no esta a la vista del transito común, no se hace nada al respecto. Desechos sólidos, orgánicos, quema de cauchos. Todo lo que nadie se imagina que sucede a las orillas del parque. Tanto que nos esforzamos en sacar la basura propia y ajena de La Sabana para llevarla a Santa Elena y resulta que luego la traen de nuevo a ella. A todas luces y sin ser un experto ni mucho menos, es evidente que no es la manera correcta de tratar los desperdicios. 

Santa Elena una vez mas. Teníamos temor por ir a un sitio desconocido y que no cumpliera nuestras expectativas, pero menos aun queríamos ir a un sitio conocido y que estuviera atestado de turistas mala conducta. Como era un viaje para descubrir destinos que no conociéramos, decidimos ir a Icabaru, el ultimo pueblo en la carretera de El Pauji. 

Yo ni siquiera conocía El Pauji, aunque las referencias no lograban despertar curiosidad. Comenzamos el recorrido a través de una carretera mas bien atípica, entre cerros muy verdes, una vegetación espesa, densa, muy selvatica. Carretera de tierra muy bien patroleada, interminable. 

Primer punto de interes, Salto Catedral. Muy turístico, pocos temporadistas en el estacionamiento. Guarana fria en el restaurant. Un camino a pie un tanto extenso e intrincado. El salto, monumental, religioso como sugiere su nombre. Dos parejas bañandose en blue jeans. Toque y despegue, continuamos el recorrido


Pasamos El Pauji, seguimos de largo. Esto no es lo que buscamos. Tampoco sabemos muy bien que buscamos pero seguimos adelante. Por referencias sabiamos de un tal "Salto El Cajon" que en teoría era bueno. Pero lo que veíamos era selva y selva. La carretera se volvía metro a metro mas incomoda, escabrosa. 


Tiempo después llegamos a "El Cajon", un puente sobre un rio. Un lugareño nos indica que si, ese es el lugar donde llegan los turistas. No podíamos creerlo. Habíamos rodado por horas y ni siquiera llegamos  a un sitio decente para acampar. Nuestra opción era continuar a Icabaru, que es un pueblo minero y ya teníamos una idea de lo que podíamos encontrar, o buscar algún lugar apropiado para el campamento.

Dejamos que nuestra intuición fuese la guia. Instinto de Jeepero, de aventurero que casi nunca se equivoca. Encontramos una trilla que no estaba en el Mapa... esa era la ruta!!!

Rocas, grietas, desniveles. La trilla parecia no ser recorrida a menudo, y definitivamente, el que lo hacia era en vehículo 4x4 medianamente preparado. Rodamos fuera del mapa un tiempo importante, pero siempre con la trilla debajo de la goma de las camionetas. 

Llegamos a una encrucijada. El rio gritaba a viva voz, indicio de que una caída de agua estaba muy cerca. Decidí continuar por la izquierda, mientras Leo me esperaba en la Y. Rodé considerablemente, hasta que la dificultad de la trilla se volvió "nivel Jeep". Continué a pie, pero a medida que me alejaba también lo hacia el ruido del rio. Di vuelta, le comunique a Leo lo que había encontrado. Estaba a punto de tirar la toalla cuando escuche por el radio "acabo de encontrar el paraíso"

El clamor del rio efectivamente era un paradisiaco salto, escondido en la espesura, labrando una enorme roca sobre la cual ya había tallado un singular canal. En su parte alta, una explanada perfecta para el campamento. Conocimos el privilegio de acampar en temporada alta en un punto inexistente en el mapa. La Sabana, una vez mas, nos envolvía con su hechizo

En la parte alta del salto, un enorme rio detenía el tiempo en su quietud. Parecía mentira que ese mismo río produjera el estruendo que nos alerto respecto a esa emulación del jardín del eden. Luego una pequeña cascada que daba a una terraza, donde estaba la poza que mas disfrutamos, luego el estruendo de la caída principal, sobre una piedra que era blanca a la luz del sol, pero ámbar bajo el liquido de la vida. Ese era el lugar donde íbamos a culminar nuestra estadía en La Gran Sabana, no cabía duda


Si el proposito inicial del viaje era precisamente aislarnos de lo que significa la ciudad y sus males, habíamos encontrado el lugar ideal. Apropiado también para la meditación y el encuentro con el yo interior. Un lugar que te cambia, tarde o temprano, bien sea en el momento en el que estas ahí, o luego cuando lo recuerdas. La sabana echa sus raíces en aquel que la visita en búsqueda de algo mas que un simple paseo.









La curiosidad natural nos llevo a explorar río abajo. La totalidad del cauce desde el salto transcurre sobre una cama de piedra entera. Algunos tramos eran tan resbalosos que nos obligaba a ir por el margen, brincando ramas, usando raíces como escalera.







Así hicimos hasta que no pudimos seguir mas alla. Una enorme caída de agua se desprendía al vacio. Un vórtice alucinante que culminaba en un formidable pozo color caramelo.
Nuestra naturaleza nos imploraba descender a ese otro paraíso, pero mi condición al momento lo impedia. Cedimos a la cordura y retornamos a nuestro campamento, con la certeza de que en un futuro no muy lejano nos bañaremos en ese otro pedacito del cielo.

Al dia siguiente emprendíamos el retorno. Regresábamos a todo aquello que nos hizo buscar La Sabana en un comienzo. Para retornar, necesariamente debe morir esa parte interna que te convierte en aventurero y que se hace mas fuerte cada día invertido en la naturaleza. A veces, esa muerte tarda mas de la cuenta en llegar y entre el ruido de las cornetas, el smog y el estrés del trabajo, esas raíces que interioriza la gran sabana en quienes se compenetran con ella,  hacen ver la danza de los gavilanes y las golondrinas al caer la tarde, hacen sentir los aguijonazos que producen las pequeñas gotas expulsadas en el encuentro entre el agua y la roca, y te recuerdan la presencia milenaria de los tepuyes, vigilantes eternos de esa tierra encantada.

En cada viaje muero un poco menos, en cada encuentro vivo un poco mas...

Visita La Gran Sabana, es tuya, nuestra, venezolana. Cuidala... el acto mas egoísta seria no permitirle a futuras generaciones que la conozcan así, sublime!






4 comentarios:

Unknown dijo...

phssss que envidia bueno algun dia cada persona tendra la oportunidad de conocer venezuela4x4 antes que otro rumbo extranjero por eso amo mi pais

Unknown dijo...

asi es

Cornudomonjho dijo...

que bellesa pero cuentenme algo que paso con los jeep?

Berman J Rivas dijo...

Epa mi pana!!! Encontraron el salto la milagrosa?? Yo ando buscando esa ruta para explorar este año!!! Cualquier cosa ubicame en facebook como Berman J Rivas o en instagram como @Bermancito saludos!!! Y soy como tu, no me gustan los turistas ni el desmadre!! Jajajaja