por Jonathan Quantip

15 oct 2007

Belén - Manuare - Cantagallo

Viernes 12 de Octubre, fin de semana perfecto para realizar una ruta. Mientras el común de los venezolanos abarrota las playas y los destinos turísticos mas comunes, los “rustiqueros del alma” (término empleado por mi pana Macgrup para describir a los verdaderos apasionados del 4x4) buscan opciones mas bien desconocidas y alejadas del mundanal ruido.
Estuvimos una semana completa analizando las distintas opciones que se presentaban para realizar en estos días festivos, pero no parecía llegar el viaje apropiado. No fue sino hasta las 11 PM del día jueves cuando se decidió al fin realizar esta ruta, que parte del Estado Carabobo y finaliza en Guárico, muy cerca de San Juan de los Morros. Al día siguiente, muy temprano, ya nos encontrábamos en la vía, en búsqueda de un destino totalmente desconocido y sin saber a ciencia cierta que retos íbamos a afrontar este fin de semana largo.



La caravana se fue armando poco a poco, en diversos puntos de encuentro entre la ARC y el poblado de Magdaleno, en el Estado Carabobo, donde se incorporó el último vehiculo. Nuevamente una caravana multimarca conformada por vehículos Mitsubishi, Toyota y por supuesto dos Jeeps CJ7. En total 6 vehículos dispuestos a la aventura.

Luego de un almuerzo criollo a las orillas del Lago de Valencia con música llanera en vivo y demás, emprendimos nuestro andar del poblado de Magdaleno hacia la población de Belén por una carretera sinuosa y muy accidentada, con un ingrediente que la hizo un poco mas dificultosa, un fuerte aguacero que se extendió por mas de dos horas. Una vez que llegamos al poblado de Belén, abastecimos nuestros vehículos de combustible en la última bomba de la que se tenía conocimiento y en pocos minutos estábamos en la entrada de la trilla.


Un detalle importante del paseo de este fin de semana es que ninguno de los integrantes de la caravana conocíamos la ruta, la cual decidimos realizar solo con las coordenadas del GPS de Miguel Macgrup y el espíritu aventurero del resto de los pilotos, que se manifestó de sobra a lo largo del paseo.

Al comienzo nos encontramos con una trilla bastante húmeda, pero sin que se hiciese presente el barro. Solo desniveles y grietas de poca dificultad que podíamos sortear sin contratiempos. Nos adentramos en terreno montañoso en donde nos sorprendió encontrarnos una finca de tomate de considerable extensión. Esa fue nuestra primera parada para tomar las respectivas fotografías, recoger algunos tomates (los que estaban ya en el suelo) y divertirnos un rato con los que estaban pasados, recordando las tradiciones españolas. Esos tomates que recogimos nos servirían de mucho en el desayuno del día siguiente.

Continuamos nuestro recorrido entre las montañas, rodeados de ganado y vegetación, abrumados por la inmensa belleza de nuestro país, hasta en parajes muy poco visitados. Poco a poco fuimos arribando a un valle, donde por fin se hizo presente el fango. La lluvia caída horas antes le agregó un poco de picante a nuestro paseo, lo que generó gran satisfacción en el grupo. En este tramo realizamos al menos dos vadeos de río que pudimos sortear sin mayores dificultades.








Regresó el paisaje montañoso, esta vez con varias bombas de barro que nos alegraban el camino. En un punto llegamos a una subida bastante pronunciada de terreno fangoso. Una Prado completamente original que nos acompañaba tuvo grandes dificultades para realizarla, tanto que tuvo que ser asistida con una cincha para que pudiese sortear el obstáculo. Juego de niños, al cabo de 5 minutos ya estaba la Prado en la cuesta de la montaña.






Una parada obligatoria en este recorrido es la capilla que esta pasando el caserío de Barbaco prueba de lo mucho que puede hacer el ser humano por su fe. En medio de la nada se encuentra esta majestuosa capilla con la imagen del Nazareno, a quien le pedimos que nos acompañara en nuestro viaje y nos llevara sanos y salvos a casa. Más tarde nos percataríamos de su presencia en el recorrido ¡y de que forma!
Como siempre, cayó la noche y tuvimos que terminar la ruta hasta el punto del campamento en plena oscuridad.




A la mañana siguiente fue que pudimos observar bien el sitio al cual habíamos llegado. Una montaña llena de verde coronaba el campamento y al otro lado se escuchaba el paso del agua entre las rocas. El río estaba algo revuelto debido a las fuertes lluvias del día anterior, pero eso no impidió que disfrutáramos de un delicioso baño en sus aguas, las cuales llegan a superar los dos metros de profundidad. Grandes rocas en escala de gris servían de jacuzzi natural y entre sus grietas corría un modesto hilo de agua que se encargaba de abastecer el pozo. Chapuzones en el agua helada refrescaron el intenso calor típico de la región.

Entrada la tarde vimos unas nubes de color negro que amenazaban con descargar su furia sobre nosotros, a pesar de ello le restamos importancia y continuamos disfrutando de las apetecibles aguas.
No fue sino producto del hambre que decidimos salirnos del rió para hacer la respectiva parrillada. Terminando de comer comenzó el aguacero y cada quien corrió a su carpa para guarecerse de la lluvia.





Fue entonces cuando lo escuchamos. Un estruendo indescriptible llegó al campamento desde el río, y era él quien desataba esa cacofonía de agua, piedras y troncos, castigando el lecho con su furia. El río había crecido y vimos como de ser un simple riachuelo que acariciaba la gran piedra donde nos bañábamos, ahora se desbordaba en si mismo, a la vez que rugía para hacérnoslo saber a nosotros los simples mortales. Pudimos observar como iba creciendo mas y mas, hasta abarcar mas allá de su cauce. Gracias a nuestro acompañante omnipresente todos salimos del río antes de la crecida. No deje de mencionar todas las veces en mi vida que me había bañado en ríos bajo la lluvia sin haber visto semejante comportamiento de una masa de agua. El estruendo del río duro toda la noche y toda la madrugada. Mientras, todos dormíamos cómodos y seguros en nuestro campamento al lado de nuestros vehículos.


Esa madrugada el cielo se despejó, y juraría que nunca se habían descubierto tantas estrellas juntas, y con ellas, unas cuantas estrellas fugaces iluminaron el cielo brevemente. La tormenta había pasado, pero el río continuaba imponiéndose ante las bestias y los humanos.
Amaneció despejado, un cielo clarito llamando al joropo mañanero:

“así es el joropo mío
hijo de esta tierra plana
tan puro como el amor
de la india María Laya
fresquito cual manantial
dulcito como la caña
tiene el tono de florentino
de las tierras araucanas
el grito de Ángel Custodio
el alma de Luís Lozada
y tiene un sabor a llano
que no lo cambio por nada”



Un rebaño vacuno estaba detenido sobre los terrenos que coronaban el campamento, curiosamente al menos 30 o más vacas y toros observaban nuestro campamento fijamente, como reclamando su espacio. Luego fue que nos dimos cuenta de que estábamos invadiendo su terreno. Justo ahí el ganado bajaba a beber agua en el rió, por lo que esta vez tuvieron que buscar otra entrada, no sin antes dejarnos saber su molestia con su mirada fija, reclamante. En un abrir y cerrar de ojos el rebaño se había marchado.

Desayunamos, recogimos el campamento y emprendimos la marcha, sabiendo que esperaban más de 60 kms de ruta desconocida para llegar a Cantagallo. Esta vez enfrentamos varios pasos de río, que gracias a Dios había bajado su nivel, dejándonos cruzar sin percances. El rió continuaba marrón gracias a la crecida de la madrugada anterior, pero su fuerza ya no era ni parecida.


A medida que avanzábamos el paisaje cambiaba, hasta llegar a un terreno erosionado por el agua, la cual dejo grietas profundas en la trilla, que sirvieron para que pusiéramos a prueba las suspensiones de nuestras máquinas.







En uno de los tantos pasos de río nos sorprendimos al encontrarnos a unos centinelas inesperados. Un rebaño de Búfalos escapando del calor de la tarde reposaba en las aguas del río, asomando solo sus cabezas. Una postal nunca antes vista por la mayoría de los integrantes de la caravana. La manada, impávida ante nuestras miradas ni siquiera mostró señas de temor ante nuestra presencia, sino más bien reafirmó su potestad sobre el espacio que ocupaba, hasta que continuamos nuestro camino, asombrados por lo que acabábamos de ver. “Esos búfalos están igual de recalentados que nosotros” fue uno de los comentarios que se hicieron a través de los radios 11 metros .


Una zanja mas prominente que las demás puso a prueba la destreza de los conductores para superarla, el FJ-40 de Dalmiro y la Hilux de Agustín (tin) hicieron malabares al momento de enfrentarse a ella, dando un buen show para locales y visitantes.

Al cabo de unas cuantas horas llegamos a la “Unión de Canuto” donde por fin pudimos bebernos algo frió, hacía rato que el hielo se había despedido de nuestras cavas. Hubiésemos pagado el doble y hasta el triple por esas bebidas exageradamente frías. Pero la honestidad y sencillez típica del habitante rural de Venezuela prevalece, y las bebidas costaron exactamente lo mismo que en cualquier lugar de la ciudad. Aun nos esperaba al menos una hora de camino para llegar a Cantagallo.

Al fin abandonamos la trilla al llegar a nuestro destino, muy cerca de San Juan de Los Morros. El paisaje abrumador como siempre, fincas de maíz de grandes extensiones, caballos, vacas, tractores y demás, eso si, en una carretera en muy mal estado, contrastante con la gran riqueza que deben generar esas tierras.


Como detalle final de nuestra aventura nos reunimos en San Juan con nuestro buen amigo Pablo Boyer, en una cena criolla con todas las de la ley. La sorpresa fue que en la mesa de al lado se encontraba Jorge Guerrero, cuatro en mano, compartiendo tonadas, coplas y cervezas junto a unos amigos, por lo que disfrutamos sin querer y sin ser invitados del talento de uno de los mayores exponentes de la música llanera en el país, que mas íbamos a pedir.
Regresamos al hogar, con muchos proyectos, sueños, invitaciones, retos y ganas de seguir viajando por nuestro amado país, Venezuela!

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